domingo, 11 de julio de 2010

La charla se fue aplacando pero nos quedamos con sensaciones encontradas. Había sido un día intenso para mí y de golpe recordé la sensación que había tenido esa misma mañana. Lo había extrañado. Lo había necesitado (por más que odio esa palabra) cerca. Y ahora estaba más viva que nunca la misma sensación de no tenerlo más conmigo. Era mucho, y todo junto.
-¿Me abrazás? -le pedí.
Era justo lo que necesitaba en ese momento. Y él me dió el mejor abrazo del mundo. De esos que te envuelven, te calman, y te contienen. Nos quedamos abrazándonos un buen rato.
Y poco a poco la angustia fue cediendo y dejando lugar a otras sensaciones. Cada vez nos abrazábamos más fuerte, más cerca. No era algo sexual sino más bien la necesidad de que sentir que el otro estaba cerca. Que todavía estaba ahí. Que a pesar de todo seguíamos estando bien. Seguimos abrazándonos en silencio un buen rato más. Mientras yo empezaba a tener esa sensación siempre tan difícil de describir. Es casi lo opuesto a la angustia. En vez de sentir que se te cierra el pecho y que no te entra ni un alfiler en los pulmones, es todo lo contrario. Sentía el pecho hinchado, lleno de aire, lleno de sensaciones, lleno de palabras que no me animaba a decir.
Cada vez recordaba más lo mucho que lo había extrañado esa mañana, todo eso que vivimos. Todas esas peleas, todos los momentos.
Pero, para no ser la excepción, al igual a todo lo que compartí con él (ya estoy acostumbrada), el abrazo terminó, y volvimos a ser los de antes. Cada uno por su lado, cada uno con su historia nueva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario