sábado, 24 de noviembre de 2012


Una cosa es ser ciega y otra muy distinta es hacerse la ciega. Hay gente que no ve porque no quiere hacerlo, no quieren abrir los ojos, no se dan cuenta de que hay mucho frente a ellos y lo ignoran; y hay otras que ven pero que prefieren ocultar que lo están viendo, vaya a saber uno para qué. Creo que ver y simular que no estamos viendo nada, a veces sirve. Siempre y cuando uno sea consciente de que lo que está simulando no ver, existe. No por estar oculto es menos verídico. Pero sirve, realmente sirve. Porque no está muy bueno ir por la vida con los tapones de punta, gritando verdades a los cuatro vientos de manera constante. Duele decir todo el tiempo la verdad, a veces es mejor permanecer callado.  Y ojo, no me mal interpreten, no soy partidaria de la mentira, creo que mentir no nos conduce a ninguna parte; estoy hablando de conocer la verdad y archivarla en un casillero de la memoria para que esté siempre ahí, hablándonos en silencio, pero a su vez permitiendo  que otras cosas fluyan: otros sentimientos, otras imágenes, otras esperanzas. No hay nada más crudo que una verdad dicha sin anestesia, sin aviso previo, sin pre-calentar antes el corazón para que pueda ganar la carrera. Solemos estar en desventaja cuando una verdad de este tipo nos acorrala, pero hay una pequeña y ferviente parte de esta situación que vale la pena resaltar: siempre es bueno saber verdades, es la única manera de poder elegir qué hacer con ellas. 



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